lunes, 29 de julio de 2013

Mar


Pocas cosas en el mundo me hacen ahondar tan profundamente en mí, quizás al punto de intuir el contorno de mi energía vital o acercarme a quien fui vidas atrás, como estar frente al ejemplo mas lindo de nostalgia y eternidad. Hablo, claro, del Mar. A veces me pregunto si no estará hecho de tiempo. 
Tempestad, desvelo, sed de existir en su regazo. ¿Qué es lo que me conecta tanto con su esencia? Hay un grito ahogado que une nuestros centros. Tal vez la mayor parte de mi materia venga de rocas, barcos y vidas que fue desgastando; inquietante devenir, círculo infinito, película muda, amores que no fueron, melancolía.
Es una especie de añoranza que me sacude y me arrastra. Me hipnotiza. Sensaciones encontradas, torbellino de sentires.

-Mar.. ¿Qué me querés decir con tu murmullo constante? Con tus olas, empeñándose en borrar las huellas de la orilla. Con tus formas. Con tu fiereza y tu calma, hechizante dualidad. Con tu profundidad. Con tu lucha contra los años, tus trofeos a la constancia, tus ojos azules, verdes, grises, espuma, sal. Con ese presagio que me atravesó el pecho, la primera vez que te vi amanecer. Con la certeza asfixiante que transmitís, de que me falta algo fundamental. ¿De qué lado está esta bruma que no me deja ver más allá? ¿Te miro realmente, o es que sos un espejo? No alcanzo a entender ni a decir todo lo que sos. Guardián y símbolo. Turbulencia. Fluidez. ¿Te dolerá esa inmensidad tan permanente, pero a la vez tan chica? No calles, pero no devores. Yo intento descifrarte, Mar.  

Recordando, no puedo describir un sólo día de todos los que he pasado alucinada con él, porque las imágenes se superponen y se volatilizan. 
Sí puedo decir que tal día, cuando jugamos al tejo en la playa, estaba con tal grupo; y que la vez que viajé a la costa con aquellos otros amigos, terminamos comiendo churros abajo de la lluvia; o la noche de las guitarras, memorable, fue el verano que fuimos al camping que quedaba lejos de todo. Así sí puedo aislar los recuerdos. Pero en cuanto pierdo la vista en el mar, ya no. A partir de ese instante, y a través de corrientes de pensamientos parecidas, siempre acabo en el mismo lugar: mirando hacia adentro mío. Sin embargo no solo me miro a mí. Suelo transportarme más allá de lo que soy, de lo que vivo y siento, de lo que me sucede. Me abstraigo, o me elevo. Entiendo un poco mas del mundo. Me disuelvo en reflexiones que de vez en cuando transmutan en alguna certeza o entendimiento. Placer, tristeza, agonía, libertad. El mar es un laberinto que me acerca a lo simple. Es mi despertar y mi sombra. Me pierdo, para siempre encontrar algo: una idea, una nueva faceta, un camino, una verdad a la que me resisto, un recuerdo, una melodía, un final, un verso… innumerables cosas. Y todo eso me va devolviendo, de a poco, a mí. 
Todavía no empiezo a describir el efecto que me genera evocarlo; ni hablar, entonces,
cuando lo contemplo. El lenguaje, que a veces se atreve a desnudarnos, no sabe resistir el
caudal de algunas sensaciones. 
Quizás, entonces, el mar sea mi meditación. El catalizador que me acerca a lo que debo ser, o a la totalidad que aguarda al final de esta experiencia, de esta existencia. 


jueves, 11 de julio de 2013

En el fondo, todas las historias son de amor. Es el motor del mundo. Todo se reduce a él. No lo digo sólo a nivel pareja, puede ser de cualquier clase: amor a un hermano, al arte, a la adrenalina, a algún Dios, a la plata, a un ideal, a viajar, a las nuevas experiencias.
Todo depende de dónde sitúe cada uno sus afectos.