lunes, 9 de septiembre de 2013

Tengo a flor de piel cada instante que compartimos. Cada palabra, cada roce, cada risa.
Si quiero, siento tu calor. O tus besos. 
Y si por un rato no te pienso, aparecés igual. 
Amo cómo el detalle más ínfimo, un simple gesto o el sabor de un chocolate compartido, es capaz de hacerse consciente de repente, y darme vuelta hasta el domingo más opaco. 
Es un mundo de imágenes y sensaciones, que me asalta en cualquier momento. Cuando mi atención está fija en algo, se manifiesta: el acá y ahora se funden con la distancia, tejiendo un puente, un pasadizo hacia nosotros, y yo me descubro temblándote. 
No sabría identificar los detonantes. Creo que, simplemente, todo me lleva a vos.
El fin de un abismo. 
Siempre creí que sabía algo del amor; pero entonces te conocí.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Lo miraba mientras dormía. Como casi siempre. Era la única parte que le gustaba de tener el sueño extremadamente ligero: verlo respirar profundamente, tranquilo, mirarlo despertar; qué bello paisaje. La penumbra alargaba sus rasgos y lo envolvía una extraña atemporalidad.
Esta mañana era diferente. Hacía más de una hora que estaba despierta, tratando de memorizar cada detalle: el movimiento lento de su pecho, la tibieza de su piel envolviéndola, su perfume. . . no pudo evitar la lágrima que le rodó por el rostro. Supo que no conseguiría soportarlo mas, necesitaba activar, sacudirse la pena. 
Lentamente se levantó tratando de no moverlo, prácticamente escurriéndose de su abrazo, y lo tapó bien aunque no hiciera frío. Se vistió a medias con su camisa a cuadros, quería impregnarse de él, y se sentó al lado de la ventana, apoyándose contra el marco y asomándose al mundo. Era la hora del alba. En un rato iba a amanecer y el resto del día se iba a suceder rápida e irrefrenablemente; sabía que iba a ser casi una simple espectadora de lo que le esperaba hoy, y que su corazón iba a quedarse con él para siempre. Qué difíciles son las despedidas, cuando quisiera acordar... Pero no, basta. Ahora estaba ahí. Tenía que disfrutar los últimos minutos de calma, de cercanía, estirarlos tanto como pudiera. Lo miró otra vez. Sus movimientos espásticos y casi imperceptibles le dijeron que estaba a punto de despertar. No pudo evitar la sonrisa que inundó su cara, ni el desgarro que le quemaba por dentro. Juntó todas sus fuerzas para permanecer entera.  
Prendió un cigarro, mientras su mirada volvía a atravesar la ventana. El Sol estaba a punto de salir. Le gustaba ver cómo, segundo a segundo, se iba asomando la gran esfera luminosa hasta copar el cielo.  Siempre le pareció que era el momento del día en el que se podía apreciar que el mundo entero estaba en movimiento, a pesar de la modorra de la hora. Le recordaba que somos un segundo, un grano de arena… 
No supo cuánto tiempo pasó así, colgada en pensamientos melancólicos. Súbitamente un ruido apagado la hizo volver la vista hacia él. Se sorprendió al verlo sentado en la cama, apoyando los brazos y la cabeza sobre las rodillas, mirándola con media sonrisa y cara de dormido. La podía esa expresión, tanto como nunca nada la había podido, ni la iba a poder. Dio una última pitada y, tras apagar el pucho, se acercó a la cama y apoyó una rodilla mientras le acariciaba la cara. Cómo iba a extrañar el roce áspero de sus besos algunas madrugadas! Se dio cuenta que ya no era capaz de disimular. Temblaba. Él, sin decir nada, le agarró las manos y la atrajo a su lado, haciendo que se meta bajo las sábanas y transportándola con un abrazo fuerte hasta donde las palabras no llegaban. 
El día podía esperar otro rato. 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Te leo
a medida que me dejás, suavemente
acariciando rincones que nadie antes presintió, queriéndolos
consciente de la oportunidad que me das de poder descubrirte
de jugar al detective 
de ser niños juntos
de rozar tu libertad. 

Te leo con la sensación constante del primer encuentro con el poema favorito,
en la agitación de tu pecho al ritmo del mío 
en la cantidad de azúcar que le pones a los mates
en la risa 
en esos gestos que tanto amo
en las ideas
en los besos.

Te leo 
en lo que decís y en lo que te desborda 
en la forma de sostener la mirada
en tus confusiones cotidianas 
en las canciones que amás
en tus tesoros
en tus búsquedas.

Te leo
y al mismo tiempo
te cedo mis páginas, mi vida
para que grabes tu nombre en cada milímetro, 
en cada segundo
y para que al verme desnuda
percibas la intensidad de lo que no sé decir.

Te leo y sonrío:
qué linda historia desplegás! 
Ninguna otra cosa 
podría darme tanto placer
tanta alegría
como conocer los mundos que habitan bajo la piel
de quien más amo.