lunes, 26 de agosto de 2013

La palabra es una de las herramientas mas lindas y poderosas con la que contamos.
Es fuerte,
tanto que sobre su espalda podrían sostenerse firmemente 
todos los puentes del mundo.
Es capaz de tejer lazos que le ganen a la distancia, al tiempo y a cualquier diferencia;
pero muchos, los que no la aman, la utilizan como arma
como barrera, cárcel o brecha.
Dice demasiado,
no sólo lo que está a la vista, al mas básico entendimiento.
Lo que mas pesa, es todo el mundo que viene tras ella:
la elección exacta de los componentes de una frase, entre tantas otras opciones
el tono, la mirada, el lenguaje del cuerpo
las variaciones del trazo del lápiz sobre el papel,
la demora al contestar en un chat o un mensaje…  
La intención que se asoma tras lo que decimos, 
prueba contundente de que el mundo es un espejo. 
También la importancia que le damos, 
en qué parte del discurso se acentúan el énfasis y la indiferencia.
La mas peligrosa, sin embargo, es la palabra que no pronunciamos:
la que nos quedó atravesada en la garganta
la que llega a destiempo y silenciamos
la que siempre dimos por sentada y para la que súbitamente es tarde
o el grito que no damos por quien no tiene voz.

Todo eso forma otro discurso entrelineas mientras hablamos, aunque no lo notemos,
que lejos de significar lo que estamos diciendo,
nos muestra en carne viva.

domingo, 18 de agosto de 2013

Pasó un tiempo. Los años alivian las penas, les enjuagan la agonía y las vuelven soportables. Ya no lloro al escribirte, pero te extraño como el primer día, el pedazo mío que se fue con vos es irremplazable. Rincón en ruinas. Pero ruinas bellas, llenas de todo lo que dejaste... repletas de tu forma de amar, tu aroma, tu interés, tu incondicionalidad. La muerte llega como un estallido destructor, dejándonos estupefactos, viendo cómo todo se disuelve. Mirando paralizados cómo el vacío nos congela el pecho, nos desmantela… no hay anestesia que calme. Pero supe reaccionar, me hicieron reaccionar mejor dicho: las palabras justas llegando al abismo; y empecé a detener el tiempo y vallar esas ruinas, ese pedazo mío donde está impresa tu esencia, para que permanezca intacto. Intuí entonces, que era la forma de mantenerte viva y agradecerte. Por tanto.
Amar es la forma mas hermosa de trascender, porque nuestra huella queda en los que quisimos y de alguna manera los abriga y los transforma. Esperamos que para bien. Después del primer momento de incredulidad y pena, la muerte nos acerca al eje de lo realmente importante. Hay que saber tener presente siempre ese despertar que, aunque trágico, nos acerca a la vida, nos hace bajar las defensas por un rato. Sería lindo que podamos internalizar y volver permanentes estos aprendizajes, sobretodo los que se dan en los momentos mas duros, en lugar de evadirnos a la rutina un tiempo después. No quiero olvidarlo, quizás por eso te escribo cada tanto. Y porque quedaron tantas palabras pendientes que, aunque las supieras, me hubiera gustado decir en voz alta. Tarde. Pero todo el amor que siento, que ya no cabe en mi, tiene que ir a algún lado, ojalá te alcance. Donde sea que te encuentres. 
Hasta la próxima vez que nos crucemos. Prometo cebarte unos buenos mates.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Mayo 2013


A veces me pregunto qué sentirá la gente que se resignó, la que se acostumbró a que el mundo sea lo que es, que terminó por creerse esa mentira de que nada puede cambiar, que nada mejora, que acabó pensando que tiene lo que merece, que se conformó con ser una sombra de todo lo que podría ser; se olvidó de soñar, de insistir, de gritar, de luchar por lo que le corresponde simplemente por haber nacido. Por ser.


¿Qué pasó? ¿Por qué dejaron de querer volar? ¿Será ese el destino inevitable de todos? ¿Vendrá de la mano de la madurez esa muerte lenta?


Me niego a creerlo. Me parece inadmisible.


No acepto que tanta gente viva esa pequeña y chata existencia, eterna nada, puntos suspensivos, miedo a despegar. Esa no vida de resignación. Y no perdono que maten, día tras día, a su niño interior, en lugar de darle cuerda y crayones.


Somos seres dotados de la capacidad para hacer todo lo que queramos de nuestra vida. Somos libres.

No digo que sea fácil, al contrario: lograr saber quiénes somos y qué queremos, es un trabajo de toda una vida. Y para averiguarlo hay que atreverse, animarse.

¿A qué?


A sentir, con toda la intensidad que podamos. Ya sea la alegría más extasiante, el amor más profundo, o el dolor más hondo. Permitirnos odiar, también es parte del aprendizaje, y aprender a perdonar. Aceptar. Entender que todos somos absolutamente diferentes y que no hay una verdad absoluta, al menos mientras estemos dentro de nuestra piel. Que cada uno tiene la relatividad de su mundo, sus subjetividades, sus comas, sus vacíos, sus palabras arañando la garganta, sus miedos y su modo particular de afrontarlos, sus barreras, sus puentes, sus dudas, sus clicks y sus espacios. Básicamente sus formas, no hay recetas: es la vida.


Entonces, vivamos con la tranquilidad de que hacemos lo mejor que podemos, que damos todo lo que está a nuestro alcance, sin exigir nada a los demás, sin juzgar, sin entrar en el juego de las culpas y las miradas ajenas.


La vida nos devuelve lo que damos. Ya sea con un buen vino, o un amor intenso. Lo que llega a nosotros es lo que necesitamos.