viernes, 28 de junio de 2013

Junio 2013


- Vos… ¿te irías conmigo hasta el fin del mundo?- dijo, de repente.
- ¿Qué? ¿Escaparnos decís?- respondí, desprevenida.
- Sí. ¿Me seguirías si decido irme?
- ¿A dónde te querés ir? ¿Y por qué?
- Eso no importa, contestame. Si te digo que nos vayamos ahora mismo, ¿me acompañarías?- insistió.
- ¿Para qué me preguntás esto? – dije bruscamente, con el tono de quien no termina de confiar en la pregunta.
- Es que… – resopló resignado- quiero saber de qué forma me querés, o qué clase de amor tenemos, no sé. Respondeme.
- Eso no es justo. No podés medir el amor con esa pregunta.
- ¿Tanto te cuesta? Es simple en el fondo - dijo casi para él mismo.

Suspiré mientras pensaba, sólo se escuchaban unos autos lejanos y el trinar de algún pájaro rezagado en busca del nido, mientras el sol se escurría por el horizonte. El aire se había vuelto pesado, cortante, como si supiera que no iba a poder soportar la respuesta que estaba a punto de darle.  

- No, no creo…- murmuré tras un rato.
- . . . – bajó la vista, asimilando mudamente mis palabras.
- No me escaparía con vos, pero eso no quiere decir que no te quiera - agregué.
- Ya sé que me querés, que me amás, pero no es la clase de amor que te rompe los esquemas, que te aparta del mundo - su voz tenía un dejo de angustia que nunca había notado.
- Vos tampoco sentís todo eso por mi, los dos tuvimos claro desde el principio cómo era esto - dije, buscando su mirada.
- Supongo – esbozó una sonrisa triste - pero.. ¿no merecemos vivir un amor así de profundo e intenso?
-¿Será que existe esa clase de amor? Y también…¿Durará si existe?-  le contesté desde un escepticismo que me servía de escudo.
- Me gusta creer que sí- su tono soñador quedó resonando en mi cabeza, mientras un silencio incómodo nos envolvía.
- ¿Estás bien? No pensé que te importara tanto esto.- dije, tratando de sacarlo de su ensimismamiento.
- Si… – respiró profundo y su expresión se normalizó- estoy bien. Hoy ando raro, no me des bola.

Lo tomé de las manos, me acerqué despacio y lo abracé. No hablamos mas del asunto, pero me di cuenta que en ese momento algo se quebraba entre nosotros. Casi pude escuchar el desgarro implacable, concluyente.
Nos despedimos después de un rato, como cualquier otro día, simulando que nada había pasado, que no se había abierto un abismo entre nosotros.
De hecho seguimos viéndonos durante algún tiempo, aunque la distancia extraña que se impuso ese día, de a poco fue tomando forma y separó nuestros caminos.

No recuerdo cuándo fue la última vez que lo vi, ni de qué hablamos o cómo fue esa despedida. No sé si era de día, si había música de fondo o si tomamos algo. Ni siquiera podría decir en qué estación estábamos o en qué lugar habíamos quedado para vernos.
Así de terrible fue el final: no existió, lo pasamos por alto. Ni una lágrima. Ni un dolorcito en el pecho. Nada. Simplemente sucedió que lo que alguna vez fuimos, se disolvió paulatinamente, hasta que dejamos de pensar en algún “nosotros” posible.

Unos  años más tarde él se fue por el mundo. Quién sabe hasta dónde lo lleve su instinto, su sed  desbocada por vivirlo todo.
De vez en cuando hablamos a través de los kilómetros,  como viejos amigos que extrañan saber uno del otro. Es una alegría que a veces deja un leve resabio amargo en el corazón, porque nos recuerda vagamente lo que fuimos. Sin embargo es lindo ver cómo el tiempo nos cambió, o nos ayudó a moldearnos como quisimos, y a la vez notar que en esencia somos los mismos de siempre, aunque con menos muros y ataduras. Reconocemos lo más profundo de las razones y motivaciones del otro en el rumbo que fuimos tomando, en los intentos, y eso salva las diferencias. Lejos y cerca son tan relativos… es irónico que hoy, de alguna manera, estemos mas próximos en muchos aspectos que cuando estábamos juntos.

Si evoco aquel día, pienso que con esa pregunta no sólo quiso comprender nuestro vínculo, sino que tanteó mis alas sin saberlo. Lo entendí mucho tiempo después, cuando emprendí mi propia búsqueda.
También creo que quizás su búsqueda, que en ese momento planteó como un escape, era mas profunda de lo que imaginé entonces. Tal vez se sentía lejos de él mismo, aunque no sabía expresarlo, prisionero de un sistema que lo miraba con malos ojos por atreverse a pensar distinto, por animarse a romper el molde.
Me constan sus ansias de libertad.
Pero además de necesitar encontrarse y responder ciertas preguntas, quería volar de a dos. Y esto último era una traba que no lo dejaba despegar, el miedo es una fuente inagotable de excusas si no se lo identifica. Por suerte no buscaba cualquier compañía, nunca fue de los que se conforman; buscaba ese amor que te vuela la cabeza, que te hace sentir, según él, que todo cobra sentido.
Yo pienso que más que encontrar a la persona justa que le provoque los sentires pulidos y elevados que el cree, ese amor lo va a agarrar desprevenido, en el momento y lugar menos oportuno y de la forma más inesperada, como debe ser. Al destino le gusta el melodrama. Sólo espero que se dé cuenta y sea valiente.
Retomando la idea, entre mil dudas, él pudo deshacerse de las cadenas cuando entendió, por un giro inesperado de la vida que no viene a cuento, que hay que parar de postergar, dejar fluir la vida y animarse a ser.
Fue entonces, me dijo, que comenzó su viaje.  

Todos tenemos un momento de quiebre en la vida, una bisagra. Sea por la razón que sea, y de la forma en que se dé. Entonces surge la necesidad imperiosa de acercarnos a nosotros mismos, de abrir los ojos. Y es casi nuestra obligación utilizarla de puente, hacia lo que tenemos que ser, hacia la versión nuestra que nos merecemos, que nos debemos. 

No me gusta hablar de cosas definitivas porque el camino da muchas vueltas, pero aunque no lo vea de nuevo, él va a estar siempre en mi cabeza y en mi corazón como una de las personas que me ayudaron a despertar.  
Escribir esto es mi forma de agradecerle.



Disfrutemos el viaje. Quizás nos crucemos en pleno vuelo alguna vez.


miércoles, 26 de junio de 2013

6/6/13


…y me besaste. Fue como deslizarse por un tobogán con forma de espiral. Puro vértigo. Con los ojos cerrados, me perdí. El mundo entero desapareció. Nada importaba. Hasta la gravedad dejó funcionar, pero de alguna manera caíamos. Nos fundimos con una sensación que nos estaba esperando. Si hubiera sabido que todo este mundo aguardaba en tus labios, en tu piel, no habría tenido miedo…
Y yo sólo era consciente de vos. De tu boca, tus brazos envolviéndome en un abrazo de otra dimensión, tu respiración agitándose al compás de la mía, tu espalda tibia, tus ojos luminosos, tu perfume… Aferrados, nos asomamos al borde de una corriente urgente que desconocíamos, y nos dejamos llevar. Y en ese suave naufragar, casi etéreo, creo que de alguna forma nos salvamos.    

viernes, 7 de junio de 2013