domingo, 18 de agosto de 2013

Pasó un tiempo. Los años alivian las penas, les enjuagan la agonía y las vuelven soportables. Ya no lloro al escribirte, pero te extraño como el primer día, el pedazo mío que se fue con vos es irremplazable. Rincón en ruinas. Pero ruinas bellas, llenas de todo lo que dejaste... repletas de tu forma de amar, tu aroma, tu interés, tu incondicionalidad. La muerte llega como un estallido destructor, dejándonos estupefactos, viendo cómo todo se disuelve. Mirando paralizados cómo el vacío nos congela el pecho, nos desmantela… no hay anestesia que calme. Pero supe reaccionar, me hicieron reaccionar mejor dicho: las palabras justas llegando al abismo; y empecé a detener el tiempo y vallar esas ruinas, ese pedazo mío donde está impresa tu esencia, para que permanezca intacto. Intuí entonces, que era la forma de mantenerte viva y agradecerte. Por tanto.
Amar es la forma mas hermosa de trascender, porque nuestra huella queda en los que quisimos y de alguna manera los abriga y los transforma. Esperamos que para bien. Después del primer momento de incredulidad y pena, la muerte nos acerca al eje de lo realmente importante. Hay que saber tener presente siempre ese despertar que, aunque trágico, nos acerca a la vida, nos hace bajar las defensas por un rato. Sería lindo que podamos internalizar y volver permanentes estos aprendizajes, sobretodo los que se dan en los momentos mas duros, en lugar de evadirnos a la rutina un tiempo después. No quiero olvidarlo, quizás por eso te escribo cada tanto. Y porque quedaron tantas palabras pendientes que, aunque las supieras, me hubiera gustado decir en voz alta. Tarde. Pero todo el amor que siento, que ya no cabe en mi, tiene que ir a algún lado, ojalá te alcance. Donde sea que te encuentres. 
Hasta la próxima vez que nos crucemos. Prometo cebarte unos buenos mates.

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